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Os he subrayado algunas veces el hecho lamentable de la progresiva invasión del Estado en la esfera privada, con la consiguiente esclavitud que esto supone para los ciudadanos, que se ven privados de legítimas libertades. Y os he puesto de relieve que el Estado es frío y sin entrañas, con lo que su totalitarismo viene a convertirse en algo peor que la más dura situación feudal.

Dejando a un lado otras razones, si esto ocurre así, es debido, en gran parte, a la inhibición de los ciudadanos, a su pasividad para defender los derechos sagrados de la persona humana. Esta inactividad, que tiene su origen en la pereza mental y en la voluntad inerte, se da también en los ciudadanos católicos, que no acaban de ser conscientes de que hay otros pecados –y más graves– que los que se cometen contra el sexto precepto del Decálogo.

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